La felicidad de sentirse vacío

27.04.2020

En estos días, tuve el placer de poder conversar con alguien a quien admiro mucho desde 

hace mucho tiempo. Exitoso jugador profesional de fútbol, reconocido a nivel internacional,

campeón del mundo con la Selección Argentina en 1978, entre otros títulos que cosechó.

Alberto Tarantini, el Conejo, contó algo que me conmovió. Decía que, previo al partido, en el

vestuario, unos 4 a 5 minutos antes de salir a la cancha, estando con el mismo, se proponía

darlo todo, y que al terminar el partido, estuviese vacío. Si la sensación al

terminar era esa, que estaba vacío y que disfrutó todo, es porque dio todo. Y eso iba más allá

del resultado. Impecable. Genial.

También en estos días, de alguna manera, y en mi experiencia, tuve una sensación similar. Y

conversar esta mañana con el Conejo me terminó de redondear la historia (Gracias de 

nuevo!).

Terminé esta semana de cerrar un proyecto que me llevó tiempo, mucho tiempo, no solo por

la elaboración sino por mi propio estilo de ir estirando las cosas siempre un poco más,

dilatando y renegociando conmigo la fecha de finalización. Por diferentes razones (todas 

ellas muy razonables por cierto), el cierre de este proyecto demoraba, demoraba, 

demoraba... y demoraba un poco más. El entrar en cuarentena y aislamiento social, trajo 

también un cambio de percepción. Tal vez, se abría la oportunidad de poder decir esta vez, 

si lo completo. Y el haber escuchado al Conejo, me terminó de dar el impulso final. Fueron 

días de tremendo enfoque, motivado por lo que había aprendido de esa frase, además de 

que llegaba el cumpleaños de mi hija mayor, y allí se instaló la nueva y última fecha límite: El 

cumpleaños de mi hija. Termine el día previo, unas 4 horas de que comience el cumpleaños 

en Buenos Aires, pero con una hora ya pasada de día en donde ella vive, Noruega. Cumplí, 

completé, di todo, lo disfruté... y allí llego la sensación espectacular, bastante desconocida 

para mí, pero impresionante de vivir: estaba vacío. Para quienes tenemos el hábito de 

procrastinar, no creo que sea una sensación que experimentemos a menudo (si es que 

llegamos a experimentarla, o llegamos a darnos cuenta). Para el Conejo, era cada vez que 

estaba por pisar una cancha: su compromiso de darlo todo, disfrutar el darlo todo, más allá 

del resultado. La certeza de que lo había hecho, era sentirse vacío. Mi invitación es: que tal si 

cada mañana, al comenzar, nos proponemos darlo todo en ese día, poner todo, ir por todo, y 

al final disfrutar el estar vacío, más allá del resultado... 

Te lo juro, la sensación puede ser genial...